ADORACIÓN EUCARISTICA

¡Adoren ininterrumpidamente al Santísimo Sacramento del Altar! 

 


 


 

Queridos hijos, adoren ininterrumpidamente al Santísimo Sacramento del Altar. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. En ese momento se obtienen gracias particulares (Mensaje del 15 de marzo de 1984).

 

Queridos hijos, hoy los invito a enamorarse del Santísimo Sacramento del altar. Hijitos, ¡Adórenlo en sus parroquias! Así estarán unidos al mundo entero. Jesús será su Amigo y ustedes no hablarán de Él como de alguien a quien escasamente conocen. La unión con Él será alegría para ustedes y se convertirán en testigos del amor que Jesús tiene por cada criatura. Hijitos, cuando ustedes adoran a Jesús están también cerca mío. Gracias por haber respondido a mi llamado (Mensaje del 25 de setiembre de 1995).



LLAMADO URGENTE!
El AMOR no es amado!


     Este es un llamado al amor, a adorar a Aquél a quien todo le debemos. El Señor no puede estar solo! El Señor es digno de adoración, de alabanza, de honor y de gloria!


     Necesitamos adoradores que se postren ante Jesús Eucaristía para decirle cuánto lo aman, qué agradecidos están de su misericordia, de su perdón, de su salvación. Que estén dispuestos a reparar por todas las blasfemias, injurias, indiferencias  con las que Él es continuamente ofendido, y a interceder por la salvación de todos aquellos que lo ofenden.
 

     Debemos clamar al Señor también por Argentina, por su conversión como pueblo, por cada uno de nosotros y por la paz del mundo entero. Rogar por nuestro Papa, por nuestra Iglesia, por todos los sacerdotes, religiosas, religiosos y el mismo Pueblo de Dios.
 

     Debemos estar dispuestos a ofrecer al Señor una hora (tan sólo 1 hora!) a la semana de nuestro tiempo para transformarlo en eternidad.

     Nuestra Santísima Madre nos decía en San Nicolás: 

"Bienaventurados los que adoráis al Hijo. Bienaventurados los que oráis en esta hora" (mensaje del 18/03/89), y desde Medjugorje nos ruega:  

"Continúen adorando al Santísimo Sacramento. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. Ese es el momento en que
se reciben dones particulares" (mensaje del 15/03/84); "Hoy los invito a enamorarse del Santísimo Sacramento del altar. Hijitos, ¡Adórenlo en sus parroquias! Así estarán unidos al mundo entero. Jesús será su Amigo y ustedes no hablarán de Él como de alguien a quien escasamente conocen. La unión con Él será alegría para ustedes y se convertirán en testigos del amor que Jesús tiene por cada criatura. Hijitos, cuando ustedes adoran a Jesús también están cerca mío" (mensaje del 25/09/95).
 

     Roguemos a la Santísima Virgen, Madre de la Eucaristía, para que mueva los corazones y haga de ellos adoradores, y los traiga al pie del Santísimo Sacramento.

     Nada hay más importante ni impostergable que esto, porque es Dios mismo con quien vamos a encontrarnos. 
 
     En Buenos Aires, los horarios son los indicados en esta página. 

     Invitamos a los hermanos de otras regiones y países a ADORAR a Jesús Vivo y presente en el Santísimo Sacramento del Altar en sus parroquias, capillas, colegios, instituciones.

¡Alabado sea Jesucristo!
 

Coordinación general:
P. Justo Antonio Lofeudo (reginapacis@mensajerosdelareinadelapaz.org)
Carmen Hoyos (4953-1454, después de 21 hs; e-mail: melahp@argentina.com)



Recomendamos la lectura del artículo: La Adoración Eucarística Perpetua
Unión Mariana para la Adoración Perpetua

EN CHILE : 

http://adoracioneucaristica.cl/donde/ 



San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración:

“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el Señor es la verdadera meditación eucarística, es -precisamente- la adoración. Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía todas las cosas...”.

“Que la confianza, la simplicidad y el amor los lleven a la adoración”.


“Comiencen sus adoraciones con un acto de amor y abrirán sus almas deliciosamente a la acción divina. Es por el hecho de que comienzan por ustedes mismos que se detienen en el camino. Pues, si comienzan por otra virtud y no por el amor van por un falso camino… El amor es la única puerta del corazón”.

“Vean la hora de adoración que han escogido como una hora del paraíso: vayan como si fueran al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada, saludada con felicidad. Retengan dulcemente el deseo en su corazón. Digan: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me espera, me desea”.


“Vayan a Nuestro Señor tal como son, vayan a Él con una meditación natural. Usen su propia piedad y amor antes de servirse de libros. Busquen la humildad del amor. Que un libro pío los acompañe para encauzarlos en el buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando los sentidos se embotan, eso está bien; pero, recuerden, nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que pertenecen a otros”.

“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista, para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él da sino aquello que merece el Bienamado”.

“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él bendice”.

“Como sus adoraciones son bastante imperfectas, únanlas a las adoraciones de la Santísima Virgen”.

“Se están con aridez, glorifiquen la gracia de Dios, sin la cual no pueden hacer nada; abran sus almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que están en estado de tentación y de tristeza y todo los lleva a dejar la adoración bajo el pretexto de que ofenden a Dios, que lo deshonran más de lo que lo sirven, no escuchen esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de combate, de fidelidad a Jesús contra ustedes mismos. No, de ninguna manera le disgustan. Ustedes alegran a Su Maestro que los contempla. Él espera nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que debemos consagrarle”.


“Oren en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.
“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y encierra los actos de todas las virtudes...”:

1. Adoración: Si comienzan por el amor terminarán por el amor. Ofrezcan su persona a Cristo, sus acciones, su vida. Adoren al Padre por medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, su Salvador, su hermano, todo junto. Adoren al Padre Celestial por su Hijo, objeto de todas sus complacencias, y su adoración tendrá el valor de la de Jesús: será la suya.

2. Acción de gracias:
Es el acto de amor más dulce del alma, el más agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio agradecimiento. Den gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...


3. Reparación
: por todos los pecados cometidos contra su presencia eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado, abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor. Pidan perdón, hagan descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos los crímenes... 

4. Intercesión: súplicas
: Oren para que venga su Reino, para que todos los hombres crean en su presencia eucarística. Oren por las intenciones del mundo, por sus propias intenciones. Y concluyan su adoración con actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su majestad para que osen ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo; mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por ustedes, porque sino no podrían soportar la fuerza y la ternura. No los deja ver más que su bondad, que filtra y sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a través de una ligera nube.  

El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte, como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el calor y toda la luz de los rayos solares. Nuestro Señor, entonces, se comprime en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: «He venido a traer fuego sobre la tierra y cómo quisiera que este fuego inflamase el universo». «Y bien, este fuego divino es la Eucaristía», dice san Juan Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos que aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su Bienamado”.



La Contemplación Eucarística
Extraído de una meditación del P. Raniero Cantalamessa, La Eucaristía: nuestra santificación


            Pero ¿qué significa, concretamente, hacer contemplación eucarística? En sí misma, la contemplación eucarística no es otra cosa que la capacidad, o mejor aún, el don de saber establecer un contacto de corazón a corazón con Jesús presente realmente en la Hostia y, a través de Él, elevarse hasta el Padre en el Espíritu Santo.


Todo esto, en el mayor silencio posible, tanto exterior como interior. El silencio es el esposo de la contemplación que la custodia, como José custodiaba a María. Contemplar es establecerse intuitivamente en la realidad divina (que puede ser Dios mismo, un atributo suyo o un misterio de la vida de Cristo) y gozar de su presencia. En la meditación prevalece la búsqueda de la verdad, en la contemplación, en cambio, el goce la Verdad encontrada (aquí “Verdad” está escrito con letra mayúscula, porque la contemplación tiende siempre a la persona, al todo y no a las partes).

         Los grandes maestros de espíritu han definido la contemplación como “una mirada libre, penetrante e inmóvil”, o bien como “una mirada afectiva sobre Dios”. Por eso realizaba una óptima contemplación eucarística aquel campesino de la parroquia de Ars que pasaba horas y horas inmóvil, en la iglesia, con su mirada fija en el sagrario y cuando el santo cura le preguntó por qué estaba así todo el día, respondió : “Nada, yo lo miro a él y él me mira a mí”. Esto nos dice que la contemplación cristiana nunca tiene un único sentido, ni tampoco está dirigida a la “Nada” (como sucede en ciertas religiones orientales, particularmente el budismo). Son siempre dos miradas que se encuentran: nuestra mirada sobre Dios y la mirada de Dios sobre nosotros. Si a veces se baja nuestra mirada o desaparece, nunca ocurre lo mismo con la mirada de Dios. La contemplación eucarística es reducida, en alguna ocasión, a hacerle compañía a Jesús simplemente, a estar bajo su mirada, dándole la alegría de contemplarnos a nosotros que, a pesar de ser criaturas insignificantes y pecadoras, somos sin embargo el fruto de su pasión, aquellos por los que dio su vida: “Él me mira!”.

         La contemplación eucarística no es, pues, impedida de por sí por la aridez que a veces se puede experimentar, ya sea debido a nuestra disipación o sea en cambio permitida por Dios para nuestra purificación. Basta darle a ésta un sentido, renunciando también a nuestra satisfacción derivante del fervor, para hacerle feliz a Él y decir, con palabras de Charles de Foucauld: “Tu felicidad, Jesús, me basta”; es decir, me basta que tú seas feliz. Jesús tiene a disposición la eternidad para hacernos felices a nosotros; nosotros no tenemos más que este breve espacio de tiempo para hacerle feliz a Él. ¿Cómo resignarse a perder esta oportunidad que ya nunca más volverá? A veces nuestra adoración eucarística puede parecer una pérdida de tiempo pura y simplemente, un mirar sin ver; pero, en cambio, ¡cuánto testimonio encierra! Jesús sabe que podríamos marcharnos y hacer cientos de cosas mucho más gratificantes, mientras permanecemos allí quemando nuestro tiempo, perdiéndolo “miserablemente”.

         Contemplando a Jesús en el sacramento del altar, realizamos la profecía pronunciada en el momento de la muerte de Jesús en la cruz : Mirarán al que traspasaron (Jn 19, 37). Es más, dicha contemplación es ella misma una profecía, porque anticipa lo que haremos por siempre en la Jerusalén celeste. Es la actividad más escatológica y profética que se pueda realizar en la Iglesia. Al final ya no se inmolará el Cordero, ni se comerá su carne. Esto es, cesará la consagración y la comunión; pero nunca se acabará la contemplación del Cordero inmolado por nosotros. Esto, en efecto, es lo que hacen los santos en el cielo (cfr. Ap.5, 1ss.). Cuando estamos ante el sagrario, formamos ya un único coro con la Iglesia de lo alto: ellos delante y nosotros, por decirlo así, detrás del altar; ellos en la visión, nosotros en la fe.


En el libro del Éxodo leemos que cuando Moisés bajó del monte Sinaí no sabía que la piel de su rostro se había vuelta radiante, por haber hablado con Él (Ex 34,29). Moisés no sabía ni tampoco nosotros lo sabremos (porque es bueno que sea así); pero quizás nos suceda también a nosotros que, volviendo entre los hermanos después de esos momentos, alguien vea que nuestro rostro se ha hecho radiante, porque hemos contemplado al Señor. Y éste será el más hermoso don que nosotros podremos ofrecerles..


¿Cuáles son los frutos a esperar de la adoración?
 
    
Ante todo, cuando el fiel está en adoración, recibe del Señor grandes gracias. Él mismo lo prometió: "Vengan a mí los que estén cansados y afligidos que yo los aliviaré." (Mt 11:28). Cuando adoramos su presencia eucarística Jesús nos consuela, nos da la paz, nos alivia de todas nuestras penas, sosiega nuestro espíritu, nos libra de los temores, nos da fortaleza, nos ilumina, orienta nuestras vidas y nos regala las gracias que necesitamos. Por medio de la contemplación del misterio, de la adoración, la Eucaristía se vuelve el centro de la vida del creyente, y éste se camina hacia una verdadera relación personal con Cristo, se acrecienta la intimidad con Él, nos volvemos amigos del Señor. Asimismo, siendo la Eucaristía el sacramento de la unidad también se desarrolla y afianza la comunidad. El Santo Padre Juan Pablo II dijo que el mejor modo y también el más efectivo y seguro para traer paz duradera a la tierra es a través del gran poder de la adoración eucarística. La Eucaristía trae paz a los corazones.

    Tengamos en cuenta además que no es posible comparar lo dado con lo recibido ya que la hora que al Señor dedicamos tiene valor de eternidad.

    Los grandes problemas que aquejan a la humanidad están más allá de soluciones humanas. Necesitamos la intervención de Dios y tal intervención vendrá por medio del poder del Santísimo Sacramento.

    Adorándolo logramos lo mismo que la mujer hemorroísa del Evangelio, porque tocamos con la fe el Corazón de Jesús y de él sale el Poder de su Amor que nos sana, y sus gracias y bendiciones para todo el mundo.

    Vemos, entonces, que de la adoración se desprenden grandes gracias personales y comunitarias porque por la adoración de un solo fiel grandes gracias se derraman sobre la humanidad.

    Nuestra adoración alimentará la devoción de otros a la Eucaristía, otras personas sentirán el impulso de acudir a los sacramentos, nuevas vocaciones religiosas despertarán, nuevas conversiones a la verdadera fe se manifestarán, familias enteras se beneficiarán con la unidad y la paz descenderá sobre el mundo.




Invocación al Espíritu Santo

para cuando comenzamos la adoración

 

Espíritu Santo que aleteabas por encima de las aguas primordiales
y pusiste orden en el caos.

Espíritu Santo que has hablado desde antiguo por boca de los profetas,
que te manifestaste en el susurro suave de una brisa en el Horeb
mostrando tu intimidad con Elías,
y en el fuerte viento de Pentecostés, mostrando tu fuerza y tu poder.

Tú que eres el Amor,
quien nos enseña toda la verdad.
Tú que obraste en el seno de la Virgen, que ya estaba plena de Ti en su corazón,
concibiendo en la carne al Hijo de Dios.

Tú que por las palabras del sacerdote traes al mismo Hijo en el altar:

Ven, ahora, con tu poder y en la íntima amistad.
Ven, llénanos de Ti, Santo Espíritu.

Sopla sobre nuestras vidas
y despeja toda tiniebla.

Llénanos con tu luz. ¡Ilumínanos!
Trae la santidad a nuestras vidas
y haz de nosotros esos adoradores que busca el Padre:

en espíritu y en verdad.
Ven, para que adorando demos testimonio de Jesucristo.

Ven, en el Nombre de Jesús, por la intercesión de María.

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven!


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